REPARTIR LA CARGA MENTAL DEL HOGAR: UNA NUEVA REVOLUCIÓN

Hay actividades que son tan invisibles que pueden llegar a serlo hasta para la propia persona que las realiza. Este es el caso de la dimensión cognitiva del trabajo del hogar, uno de los conceptos sociológicos que más éxito ha tenido en los últimos tiempos. El objetivo de este artículo es presentar el concepto, desenmascararlo, y proponer algunas alternativas para evitar que una desigualdad excesiva de la carga mental del trabajo tenga consecuencias negativas en los hogares y los trabajos remunerados.

LA CARGA MENTAL DE ORGANIZAR TODO LO QUE SE DEBE HACER

Arlie Hochschild, ya en su libro El segundo turno publicado en 1989 se percató de que hasta en las parejas más igualitarias, en el sentido estricto de reparto de tareas, había uno de los dos que era el ordenador, la CPU de casa. Una simple pregunta “¿qué toca cocinar hoy?”, le sirvió para entender que, aunque las tareas estén repartidas equitativamente -tú haces esto, yo hago aquello- existe una meta-tarea que es omnipresente, y paradójicamente invisible: la organización mental de todo lo que se debe hacer. Hoy cenaremos aquello o lo otro, mañana nuestro hijo tiene piano y no se le debe olvidar el libro, o la próxima semana debemos llevar a mi padre al neurólogo. Son tareas que, aunque no requieren acción, sí necesitan un esfuerzo cognitivo, un esfuerzo mental. 

Mucho más recientemente, una joven doctoranda de Harvard, Alison Daminger, ha ido un paso más allá, y a partir de un estudio cualitativo con parejas heterosexuales ha desbrozado y refinado el concepto sugerido por Hochschild. Este concepto es el de la dimensión cognitiva del trabajo del hogar y se divide en cuatro grandes dimensiones:

  1. Anticiparse a las necesidades
  2. Identificar alternativas
  3. Decidir
  4. Monitorear el progreso. 

Podríamos seguir con muchos ejemplos. Nuestra hija está a punto de cumplir años, y le debemos preparar una fiesta o editar un video con mensajes, o mi madre parece que pierde facultades, y debemos hacer algo. Son actividades mentales necesarias para proyectar futuras acciones físicas. No obstante, estas tareas mentales, esta dimensión cognitiva del trabajo tienen cuatro grandes características:

  1. Son omnipresentes, se realizan constantemente.
  2. Son invisibles, tan invisibles, que llegan a ser invisibles para quién las realiza y su entorno.
  3. Generan fatiga, y conflictos, aunque a veces también enriquecimiento y gozo.
  4. Se realizan en mucho mayor medida por mujeres que por hombres. 

LA CARGA MENTAL SIGUE SIENDO UNA CARGA FEMENINA

Entrando mucho más en detalle entre las parejas del estudio, Daminger observó que se producían ciertos patrones entre las cuatro grandes dimensiones (Daminger, 2019). Por ejemplo, de las cuatro dimensiones (anticiparse, identificar alternativas, decidir, monitorear), las mujeres hacían solas, en prácticamente la mayoría de los casos, la 1 y la 4 (anticiparse y monitorear), mientras que la 2 (identificar alternativas) se hacían tanto individualmente como conjuntamente, y la 3 (decisión) se realizaba prácticamente siempre de manera consensuada.

Por lo tanto, los hombres participan en buena medida en la fase intermedia de la dimensión cognitiva del trabajo (identificar alternativas una vez se ha anticipado una necesidad, y decidir colaborativamente). Sin embargo, el inicio y el final del proceso queda en manos de las mujeres.

Esta realidad desenmascarada por Daminger nos invita a pensar en sus implicaciones. Por ejemplo, en todo lo relacionado con el trabajo remunerado. Según la autora, el trabajo cognitivo doméstico puede ser una fuente potencial de distracción en otros dominios como el laboral. Como consecuencia, puede ocurrir que la penalicen y la excluyan (es decir, que la despidan).

O bien, que la mujer se autoexcluya de algunas posiciones y sectores que no le permitirían disponer de la flexibilidad o tiempo necesario para gestionar la anticipación de necesidades. Para poner fin a estas barreras claras sería necesario entre otras medidas:

  • Entender, desenmascarar y repartir, si se cree oportuno, la dimensión cognitiva del trabajo doméstico.
  • Programar la anticipación. Aunque parece difícil, algunas tareas se pueden marcar ya en el calendario, seleccionando momentos compartidos de anticipación de necesidades (por ejemplo, el campamento de verano). Se puede escribir hoy en el calendario del próximo año qué semanas, días, se hablará, se discutirá, o se identificarán las opciones del campamento de verano, sin necesidad de que uno de los dos se percate a lo largo del año de una necesidad sin resolver, asumiendo uno de ellos la mayor parte de la carga mental.
  • Escuelas u otras instituciones: Reflexionar si se imponen a menudo cargas de trabajo cognitivo a los padres. Las escuelas, con toda la buena intención, organizan un buen número de actividades (excursiones, festival fin de curso, fiestas de Navidad) que requieren una carga mental extra en uno de los dos progenitores. En ningún caso, la sugerencia invita a eliminar tales actividades que enriquecen la vida de los niños y las niñas, pero sí reflexionar si el modo en cómo se proponen las actividades imponen más o menos carga de trabajo cognitivo que terminará realizando uno de los dos progenitores.
  • Organizaciones: Comprender que, como actor social que es la organización, los empleados, sobre todo las parejas de doble ingreso, tienen unas necesidades sociales distintas al siglo pasado. Es necesario reflexionar sobre si ciertamente las mujeres con talento, debido a la carga del trabajo cognitivo, son excluidas o autoexcluidas de posiciones de liderazgo, y a la vez, ofrecer, en la medida de lo posibles y sin afectar a la calidad del servicio y la productividad, entornos flexibles, para que el empleado disponga de la autonomía suficientemente para gestionar con éxito sus responsabilidades personales y profesionales.

Bibliografía:

Daminger, A. (2019) “The Cognitive Dimension of Household Labor”, American Sociological Review, 84(4), pp. 609–633. doi:10.1177/0003122419859007.

Fuente:

https://people.acciona.com/es/inclusion-y-diversidad/carga-mental-hogar/

DE JARDINES, NIÑOS Y NIÑAS

No podemos imaginar un mundo sin niños, sin niñas. Un mundo sólo de adultos sería como una reunión aburrida, que parece no tener fin ni lógica. Un mundo con niños y niñas es un jardín, con toda su paleta de colores, emociones. Quién dispone de un jardín, sabe que debe ser cuidado. Dejarlo a su suerte, puede ser una temeridad. Hay estrategias, técnicas, y prácticas para su buen cuidado. No hay fórmula mágica, pero si ciertas maneras de funcionar que tienden a ser efectivas.  Para el buen cuidado del jardín, se necesitan responsables, garantes. Y si el jardín es público, es indispensable que haya responsables, garantes, y ciertas regulaciones, unos mínimos que fomenten el buen cuidado y la dignidad del mismo. 

Si ponemos el foco en la infancia, todo resulta, obviamente, mucho más complejo que la gestión de un jardín, ya sea público o privado. En primer lugar, del mismo modo que sucede con el buen cuidado de un jardín, no existe fórmula mágica que garantice el pleno desarrollo de los niños y de las niñas. ¡No existe! Pero sí que existen ciertas estrategias, técnicas y prácticas para un buen cuidado que tienden a ser efectivas. Habrá excepciones. En segundo lugar, la complejidad crece al crecer el número de responsables. Claro está, hay la familia como primer garante del desarrollo del niño, y niña. Hay, no obstante, otros actores: la escuela, el estado, el marco normativo.

En este sentido, hay un marco normativo claro: la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. No es una utopía, un camino a seguir, es ley.  Hace treinta años, la comunidad internacional asumió un compromiso histórico, que comenzó en 1978 cuando el gobierno polaco propuso a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU una convención sobre los derechos del niño. Hoy en día, la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño es un caso de éxito, ya que es el tratado de derechos humanos más ratificado del mundoEntre los derechos de los niños y de las niñas, encontramos el derecho a la educación (art. 28), a la opinión (art. 12), a la expresión (art. 13), al juego (art. 31) ¡bendito juego! A la protección en guerras (art. 38), a la prevención de la trata (art. 35), a la protección contra las drogas (art. 33), y a conocer sus propios derechos (art. 42)

Hay un derecho especialmente interesante, el derecho al pleno desarrollo. A germinar. A florecer. El estado debe garantizar en la máxima medida posible el desarrollo del niño y de la niña (art 6). El artículo 29 refuerza la misma idea, los estados deben reconocer que la educación debe estar encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño y de la niña hasta el máximo de sus posibilidades. ¡Poca broma! Disponemos de un marco normativo que exige fomentar y potenciar el desarrollo total de nuestros niños y niñas. Una ley que potencia la floración total.

Definir el desarrollo del niño y de la niña hasta el máximo de sus posibilidades no es un tema fácil. Tampoco el cómo activamos este desarrollo; pero parece que hay dos palabras clave: afecto y seguridad. Recibir afecto, amor, sentirse querido, crecer con un corazón caliente, y al mismo tiempo crecer en un entorno seguro, es vital. Los padres tienen este honroso deber. No obstante, no están solos, o no deberían estar solos.

Una manera de acompañar a los padres en esta labor es ofreciendo soporte. Una manera cada vez más común de ofrecer este soporte, por parte de los estados, es regalando tiempo cuando nace un niño y niña. Son las bajas o licencias de parentalidad. A veces, exclusivas para madres, a veces para padres, otras para los dos. Es importante reflexionar sobre las premisas que rigen estas licencias. A veces, asumimos que es un derecho de los padres, otras, un derecho del trabajador. Sería interesante ir un paso más allá, y comprender las licencias de parentalidad como un derecho para el recién nacido, para este niño o niña que debe florecer. 

Comprender la importancia de la licencia de parentalidad, no para el padre, no para la madre (¡que también!)  sino para el propio hijo o hija por parte de los estados, las organizaciones, los propios padres, y todo el entorno, sería un buen paso para que cada día el jardín sea más bello. 

Marc Grau-Grau

Investigador en el Programa de mujeres y políticas públicas de la Escuela Kennedy de Harvard y experto en temas de paternidad.